martes, 25 de junio de 2013

Dormir sin ti, contigo se hacía especial.

Me consumo, como si de un cigarro tratase. El aire me consume, el tiempo. Los ojalás y los quizás. Todo lo que me aleja un poquito de ti. Todo lo que incrementa cada mínima esperanza. Falsas esperanzas, sí, pero es lo único que puedo tener.  Cada día por la noche me entra el insomnio, de ti. No te das cuenta de que te miro mientras duermes, que a la vez que me sacas una sonrisa me la quitas. Cerrar los ojos al irse a dormir significa millones de cosas. Me preparo para pensar en ti, en mí, en un nosotros. Recordar. Esa palabra tan puñetera define perfectamente lo que significa irme a dormir. Pero dormir sin ti, contigo se hacía especial. Contigo agarrándome para que no pudiera escapar, haciéndome cosquillas para verme reír, comernos a besos y acabar quitándonos la ropa con la mirada, o con las manos. Cada noche me buscabas para que mi día terminara de la mejor forma, como solo tu sabías. Pequeña. De un visto y no visto, de una noche a otra, pasamos de todo a nada. Esos despertares y despedidas, las rabietas y reconciliaciones, los celos y seguridades desvanecieron en un abrir y cerrar los ojos. Como a un niño que le das su chuchería preferida y se la quitas. Me quedó claro que la vida es un poco así, un disfrutar y sufrir continuo.